LA BARCELONESA
Había aprendido a rodearse de lo más selecto. Quizás por eso la llaman La Barcelonesa, porque representa la esencia del buen gusto. Y porque su presencia y sus andares elegantes esconden el carácter cosmopolita, carismático, creativo y fresco de la ciudad donde nació.
De Barcelona lo había heredado todo. Desde niña había dejado que el toque irresistible de la ciudad le calara hasta los huesos. Barcelona le enseñó a devorar la vida, a empaparse de naturaleza y dejarse guiar por el mar. Le enseñó a conocer sus sabores y a descifrar el mediterráneo en cada uno de ellos.
Su paladar se había hecho experto a base de saborear la vida. Así se lo habían inculcado en casa donde todo ocurría alrededor de una gran mesa de madera. Allí las buenas costumbres se rodeaban de productos locales y delicias de la tierra. Allí había experimentado desde los gustos más vivos a los más pausados y había sentido el cosquilleo en la lengua que le avisaba de estar ante algo único.
Allí entendió que ya estaba preparada para darse a conocer como experta gastronómica.
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Tenía sus propias ideas. Barcelona había moldeado su carácter y ahora quería devolverle el favor.
Su sueño pasaba por generar una marca que reuniera lo mejor de la cultura gastronómica autóctona, que definiera el carácter de su ciudad a través de los sabores que la hacen única. Y sabía que hacerlo pasaba por sumergirse en su raíz, la tierra.
Estaba dispuesta a adentrarse en ella para descubrir sus tesoros a través de su instinto y su impecable sentido del gusto.